
“ Después los hombres comienzan la siega,
todos los brazos a un tiempo,
mientras los pequeños,
que seguimos a distancia del paso de las guadañas,
rastrillamos la hierba en renglones
que atraviesan el prado de un lado al otro.”
Fran Gayo (2019)

Las labores agrícolas se guían por los ritmos que dicta la naturaleza, al igual que otras muestras de nuestra relación con ella. La climatología, la tierra y el ciclo vegetativo de la planta condicionan las cosechas y por extensión, nuestra vida. Se puede decir que bailamos a su son.
La cosecha del trigo se realiza durante los días más calurosos del año, bien entrado el verano, cuando finaliza la vida de esta herbácea anual. El agricultor es quien “fuerza” el inicio (con la siembra) y el fin (con la siega) de la gramínea, basándose en sus conocimientos técnicos y la observación de la naturaleza. Su buen hacer es indispensable para intentar reducir al máximo el margen de error que pueda truncar toda la planificación del cultivo y como consecuencia, la abundancia y calidad del grano. Y aún así, siempre existe un grado de incertidumbre en las labores del campo. Durante siglos, ese margen fuera de control se atajaba con otros recursos más propios de creencias y ritos. Ofrendas, oraciones, cantos y bailes buscaban proteger la cosecha de cualquier mal augurio.


FESTEJAR LA COSECHA
Todo este conjunto de acciones, encaminadas a dominar lo salvaje del campo y a exprimir lo que la naturaleza nos concede, en este caso el trigo, rodeaban a este proceso de un aura particular. De ahí que en muchos pueblos de nuestra geografía se siga festejando la cosecha en las mismas fechas, aunque ahora solamente consista en una pura representación. El carácter simbólico de la misma no impide, sin embargo, que la experiencia se una al relato histórico para que los trabajos de antaño (así como los ritos a ellos asociados) no caigan en el olvido.
Sabemos que la faena se iniciaba ya en los días previos a la siega con la contratación de las cuadrillas, formadas por gente venida de pueblos lejanos; la puesta a punto de las herramientas, los atuendos escogidos para la ocasión (generalmente pantalón de pana, camisa de algodón y sombrero de paja), las prendas y útiles de “protección” como dediles y manguitos… La tarea comenzaba con los primeros rayos del amanecer aprovechando el frescor de la mañana. Los temporeros trabajaban a destajo bajo el sol, con las espaldas encorvadas, avanzando acompasados como si de un ejército se tratara. Al segar dibujaban el campo con sus hoces y guadañas, formando líneas geométricas. Los atadores se apresuraban a atar las gavillas. Y así durante toda la jornada y durante varios días, con apenas descansos para comer o beber. Algunos incluso dormían en los campos para no tener que recorrer largas distancias a la mañana siguiente.

LES BLANQUES FOGUERES
El desempeño manual de la siega (o por lo menos no tan mecanizada como en la actualidad) parece pertenecer únicamente al pasado. Sin embargo, esta era la norma común, en España, hace no tantas décadas. Prueba de ello son estos versos de Fran Gayo pertenecientes a su poemario Les blanques fogueres (Expediciones Polares, 2019)
“Entonces el silencio vuelve a ser absoluto en la casa, también afuera,
en el camino que lleva a la vega,
el sendero por el que en media hora
bajaremos todos con los aperos al hombro,
protegidas las cabezas
y cargando bolsas con gaseosas, vino y galletas,
que nada más llegar dejaremos
a la sombra de algún pomar.
Esto sucede a primeros de Julio de 1980,
los hombres se reúnen
y la armonía honda y punzante
en el son del cabruñu
se extiende desde el Pando hasta La Cernada.
Quizás más allá.
Después los hombres comienzan la siega,
todos los brazos a un tiempo,
mientras los pequeños
que seguimos a distancia del paso de las guadañas,
rastrillamos la hierba en renglones
que atraviesan el prado de un lado al otro.“
UNA COREOGRAFÍA COMUNAL
El trabajo de los segadores se condensa en una coreografía comunal extraordinaria. Sus movimientos siguen en muchos casos el ritmo pautado por el canto del propio grupo. Cantos de los segadores que atenúan el dolor y que, por otro lado, han acompañado siempre a los festejos de las cosechas. La del trigo culmina con la trilla o maja y los golpeteos de las espigas desprendiéndose de sus semillas. Cantos y bailes mezclados con el sudor y el polvo. Solo queda guardar y proteger el grano.

COLECCIÓN CAMPO DE TRIGO
La espiga es el fruto del trabajo, la tierra y el sol, pero también de una sinfonía en la que danzamos la celebración de la vida, del alimento.
No es casual, entonces, que la espiga de trigo sea una especie de emblema para Taller Silvestre. Delicadamente impresa en algunas de sus piezas de cerámica, simboliza el compás que marca el ritmo en la danza de la siega.

Texto de Eva Barcala para Taller Silvestre