El desempeño manual de la siega (o por lo menos no tan mecanizada como en la actualidad) parece pertenecer únicamente al pasado. Sin embargo, esta era la norma común, en España, hace no tantas décadas. Prueba de ello son estos versos de Fran Gayo pertenecientes a su poemario Les blanques fogueres (Expediciones Polares, 2019)
“Entonces el silencio vuelve a ser absoluto en la casa, también afuera,
en el camino que lleva a la vega,
el sendero por el que en media hora
bajaremos todos con los aperos al hombro,
protegidas las cabezas
y cargando bolsas con gaseosas, vino y galletas,
que nada más llegar dejaremos
a la sombra de algún pomar.
Esto sucede a primeros de Julio de 1980,
los hombres se reúnen
y la armonía honda y punzante
en el son del cabruñu
se extiende desde el Pando hasta La Cernada.
Quizás más allá.
Después los hombres comienzan la siega,
todos los brazos a un tiempo,
mientras los pequeños
que seguimos a distancia del paso de las guadañas,
rastrillamos la hierba en renglones
que atraviesan el prado de un lado al otro.“