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El aliento del bosque en invierno

Brezo by Taller Silvestre

“Necesito la noche para poder apartar los ojos de la tierra, de este rincón de tierra en el que me he fundido”

Joachim Gasquet

PESAR DE LOS CIELOS

Sobre al acebo y el adviento

Imaginemos que queremos dibujar ciertos movimientos que se producen en la naturaleza. Por ejemplo, la coreografía de comunidades vegetales formadas por individuos que se “desplazan” en grupos o solitarios, originando formas y colores de un paisaje que mira hacia el cielo. El dibujo ilustraría cómo se despliegan, cómo se alzan buscando abrazar el aire que rodea sus tallos, troncos, ramas… Cómo se extienden hacia las nubes, confiando en la firmeza de sus raíces. En ese esbozo perfilaríamos cómo esas plantas tienden al cielo, pero aferradas a la tierra.

La horizontal o el peso de la tierra es un contrapunto esencial en esta época. Recupera el control como si le ganase el pulso al cielo. Y entonces toda la energía invertida en el ascenso parece revertirse hacia ella, hacia la raíz, como si la tierra estuviera reclamando la vida que hace unas semanas se encaramaba en lo alto de las copas de los árboles. En este momento, algunas especies que antes pasaban desapercibidas comienzan a cobran relevancia. Una de ellas destaca especialmente sobre las otras, el acebo. En el otoño comienza a desaparecer el dosel de hojas que impedían a este arbusto recibir más luz, y el acebo lo agradece vistiendo de rojo sus frutos y convirtiéndose en refugio para muchos de los animales del bosque. Esta es una de las razones por las que se le conoce como el guardián del bosque en invierno.

SIMBOLOGÍA DEL ACEBO

En el interior del bosque, bajo las copas desnudas de los árboles (el acebo suele compartir espacio con árboles de porte elevado y caducos como robles y hayas), los acebos permanecen erguidos como llamas encendidas de color verde brillante y rojo intenso que señalan el camino a seguir a través de la arboleda. Sus rodales, impenetrables por la densidad de su follaje y la forma puntiaguda de sus hojas, conforman una especie de nido vivo que ofrece “hospedaje” y alimento a numerosas aves que cantan y juegan entre sus ramas.

De ahí su consideración como símbolo de buen augurio desde hace siglos y en diferentes culturas. Para los druidas celtas, el acebo era el guardián de la sabiduría y un generador del crecimiento interior. De hecho, estos druidas construían con su madera varas para medir simbólicamente la justicia. Su madera era (y es) muy apreciada en ebanistería para elaborar, por ejemplo, bastones de pastores. Existían también leyendas como la del rey acebo (una suerte de Santa Claus que porta enredada en sus cabellos una rama de acebo), dios de la tierra y de los muertos, ligado al solsticio de invierno, que vigila el mundo cuando la noche es larga (el rey roble reinaría en la otra mitad del año). De ahí que en las islas británicas, por ejemplo, siga siendo todavía hoy un símbolo de protección frente a malos espíritus, un amuleto. Estas diferentes ideas fueron poco a poco extendiéndose por toda la geografía que ocupa esta planta (originaria del centro y sur de Europa), bajo distintas adaptaciones o matices en cada lugar. Hoy en día el acebo se ha convertido en un símbolo indisociable de la navidad y del adviento, con el que adornamos nuestras casas a través de ramos, coronas o centros de mesa.

SALIR A SU ENCUENTRO EN EL ADVIENTO

Afirmaba Merleau Ponty que el fenómeno mítico no es una representación sino una verdadera presencia. La sensación de protección que el ser humano ha deducido del acebo, surge de un tipo de visión que comprende, en profundidad, lo que ese arbusto significa. El acebo reina en el bosque cuando la vivacidad de otras especies se adormece y hace crepitar su cromatismo en cálidos frutos de color rojo intenso justo en este momento. Por cómo parece reafirmar su presencia en esta época reconocemos en él un signo de vida en medio del difícil tránsito invernal. También al ser humano le sirve de madriguera, como promesa de futuras primaveras. Así engendra esta planta su mitología.

En cierta forma, preparamos nuestro camino hacia el adviento como un pintor que sale en busca de motivos para sus lienzos. Y cuando nos reencontrarnos con el acebo en su hábitat natural, en él reconocemos el contrapunto de horizontalidad con el cual consigue sostener el aliento del bosque en invierno. Para el dibujo al que aludíamos podríamos seguir el ejemplo de Paul Cézanne. A Joachim Gasquet confesó Cézanne en una ocasión: “Me siento coloreado por todos los matices del infinito. En ese momento mi cuadro y yo ya sólo somos uno. Somos un caos irisado. Vengo ante mi motivo y me pierdo en él. Sueño, vagabundeo. El sol me penetra, sordo, como un amigo lejano, que reanima mi pereza, la fecunda. Germinamos. Cuando vuelve a caer la noche, me parece que no pintaré y que nunca he pintado. Necesito la noche para poder apartar los ojos de la tierra, de este rincón de tierra en el que me he fundido”.

Chateau by Taller Silvestre

El adviento es la época del año en que, agotada, nuestra mirada reconoce el peso de la tierra y hasta del cielo. En esta dilatada noche en la que el mundo recompone sus cimientos y se reinicia, en la que se hace obligado separarnos del exterior que tanto necesitamos para renacer desde lo interior, para nuestra futura germinación común con el mundo, el acebo se presenta como un pálpito que alumbra la pronta venida de la mañana siguiente.

En el acebo, desde la pervivencia en la que funda su mitología, desde su “aplomo”, desde el rojo de unos frutos similares a destellos abismales… es en donde nuestra imaginación ya prueba el calor de un amanecer primaveral. Para poder ver: desde el acebo asciende nuestra futura mirada a los cielos, pues es preciso que durante un tiempo su peso nos mantenga próximos a la tierra.

Texto de Eva Barcala para Taller Silvestre

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